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Una década de transformación: el Plan de Desarrollo Territorial y su impacto en la vida policial

Salta, Julio 2025.  Entre diciembre de 2008 y diciembre de 2018, el Ministerio de Seguridad de la provincia de Salta impulsó una experiencia...

viernes, 18 de julio de 2025

Una década de transformación: el Plan de Desarrollo Territorial y su impacto en la vida policial

Salta, Julio 2025. 

Entre diciembre de 2008 y diciembre de 2018, el Ministerio de Seguridad de la provincia de Salta impulsó una experiencia institucional pionera a través del Plan de Desarrollo Territorial (PDT). Este programa se propuso reconfigurar de forma integral las políticas públicas en materia de seguridad, justicia y derechos humanos. A diferencia de los enfoques tradicionales centrados en la represión y el control, el PDT partió de una convicción: la seguridad solo puede construirse en democracia, con inclusión social, perspectiva de género y respeto irrestricto a los derechos humanos.



Este Plan no fue un dispositivo operativo aislado, sino una estrategia transversal que articuló diversos niveles estatales, actores comunitarios y saberes interdisciplinarios. A lo largo de una década, tejió un entramado de políticas públicas orientadas a desnaturalizar las violencias, promover el bienestar institucional y transformar las condiciones culturales que sostienen las prácticas autoritarias. En ese sentido, uno de sus focos más innovadores y transformadores fue la dimensión policial, entendida no como mero agente de control, sino como institución sujeta a revisión, democratización y humanización.

Una nueva mirada sobre la seguridad pública

El PDT apostó por una reconceptualización profunda del rol de las fuerzas de seguridad. Lejos de reforzar el paradigma del monopolio estatal de la fuerza, el Plan propuso comprender la seguridad como un derecho humano y un bien colectivo, inseparable de la justicia social, la memoria histórica y la construcción de ciudadanía. Esto implicó no solo actuar frente a los síntomas de la violencia, sino intervenir en sus raíces estructurales: desigualdad, patriarcado, discriminación y exclusión.

Esta perspectiva se plasmó en diversas líneas de trabajo articuladas: formación, salud, cultura, diálogo comunitario, memoria, género y masculinidades. Todas ellas integraron a las fuerzas de seguridad como actores centrales no para ser fortalecidos en sus atribuciones coercitivas, sino para ser acompañados en un proceso de transformación institucional y subjetiva.

Masculinidades, género y reforma institucional

Uno de los aportes más destacados del PDT fue su intervención en la construcción de las masculinidades dentro de la cultura policial. Reconociendo que las formas hegemónicas de ser varón—rígidas, autoritarias, insensibles al sufrimiento propio y ajeno—están en la base de muchas violencias, el Plan impulsó numerosos talleres, jornadas y ciclos formativos dirigidos a varones de las fuerzas policiales y penitenciarias.

Estos espacios invitaron a reflexionar sobre el peso del patriarcado, el rol del miedo, la relación entre masculinidad y armas, y las dificultades de los propios varones para expresar vulnerabilidad o pedir ayuda. Al cuestionar la idea de que la autoridad y la fuerza son atributos naturales del ser hombre, el Plan abrió la posibilidad de construir nuevas formas de vinculación en el trabajo, la familia y la comunidad.

De modo complementario, se promovieron instancias de fortalecimiento de las trayectorias laborales de las mujeres policías y penitenciarias, a través de capacitaciones, espacios de escucha y visibilización de sus saberes. El objetivo fue desmontar prácticas institucionales que reproducen estereotipos de género y dificultan la igualdad real en el acceso a derechos y jerarquías.

Formación en derechos humanos y cultura institucional

La dimensión formativa fue otro eje central del PDT. Se diseñaron ciclos de capacitación en derechos humanos, violencia de género, salud sexual y reproductiva, diversidad y memoria. Estos espacios no solo apuntaban a transmitir contenidos teóricos, sino a transformar las prácticas cotidianas, los modos de intervención y las formas de relacionarse entre colegas y con la ciudadanía.

De especial relevancia fue la articulación con instituciones académicas, actores comunitarios y organismos de derechos humanos. A través de jornadas interinstitucionales, cine-debate y talleres interdisciplinarios, el PDT promovió la circulación de saberes y el intercambio de experiencias que permitieron desnaturalizar lo instituido y abrir nuevos horizontes de sentido.

El abordaje de la memoria histórica también ocupó un lugar destacado. Al recuperar las huellas del terrorismo de Estado y su vínculo con las fuerzas de seguridad, el Plan invitó a pensar críticamente el rol que estas instituciones jugaron en el pasado y a construir, desde allí, una cultura institucional basada en la ética del cuidado, la responsabilidad y la no violencia.

Bienestar institucional y salud integral

La transformación de las fuerzas no podía darse sin atender las condiciones laborales y emocionales de quienes las integran. Por eso, el PDT también priorizó el bienestar del personal policial y penitenciario, promoviendo estrategias de acompañamiento psicológico, espacios de expresión corporal y jornadas sobre salud mental.

La idea fue clara: no puede haber instituciones respetuosas de los derechos si sus propios integrantes no gozan de condiciones dignas de trabajo ni de posibilidades reales de cuidado. En ese sentido, el Plan asumió el desafío de generar ambientes laborales más humanos, cooperativos e igualitarios, donde la violencia y el maltrato no se repliquen internamente.

Legado: hacia una nueva cultura de la seguridad

A diez años de su implementación, el legado del Plan de Desarrollo Territorial es profundo y transformador. En el plano institucional, dejó instaladas prácticas, sensibilidades y dispositivos que cuestionaron el modelo policial autoritario y lo reemplazaron por uno más democrático, plural y preventivo.

El PDT demostró que es posible otra seguridad: una que escucha en lugar de gritar, que previene en lugar de reprimir, que cuida en lugar de castigar. Y sobre todo, mostró que la transformación de la vida policial es posible cuando se la piensa desde la dignidad de sus protagonistas, la igualdad de géneros y el respeto por los derechos humanos.

Más que un conjunto de políticas, el Plan fue una apuesta ética y política por una convivencia más justa. Su semilla persiste en cada taller donde un varón se pregunta por su rol, en cada institución que incorpora la perspectiva de género, en cada comunidad que se organiza para vivir sin violencia. En un país donde el pasado sigue marcando el presente, el PDT eligió construir futuro: con memoria, con justicia y con humanidad.