Por Julieta Rivera
Es importante empezar a discutir las condiciones en que los locales nocturnos dedicados a
la diversión funcionan en esta ciudad, preguntarnos si los métodos y medios de control son
eficientes y confiables, porque se suceden hechos violentos asociados al alcohol, cuáles son
las bases culturales que estructuran estos y otros comportamientos de desprecio por el otr@ y
recién allí plantearnos si la equidad y la igualdad entre las personas se traduce en el precio de una
entrada.
Esta mañana asistimos por los medios de comunicación a otro evento que se repite
cotidianamente en nuestro país. Una joven, adolescente, fue violada en un boliche en capital
federal, al cual concurría con un grupo de amigas para festejar el día del amigo. El grupo de
jóvenes eligieron ese lugar por una convocatoria en internet, lo que nunca imaginaron que una de
ellas fuera golpeada y sometida, a la vista de todos, sin que nadie la ayudara.
Esta escena no nos es desconocida pues en nuestra provincia, en e interior, en este año, una
menor alcoholizada era vejada y esto filmado y subido a las redes sociales. Un caso sobre el cual
tuvo que intervenir directamente la ministra de ddhh para resguardar los derechos de esta joven,
de esta mujer que fue víctima del machismo no solo de quienes atentaron contra su dignidad
sino de todos y todas aquellos/as que la responsabilizaron de lo sucedido. Mujeres cosificadas,
violentadas, acusadas, abandonadas.
Algo sucede con los llamados boliches, pubs, bares en relación a las mujeres. Algo que refleja las
fuertes raíces del machismo execrable, la peor manifestación del patriarcado, que coloca a las
mujeres como objetos que pueden atraer a mayor clientela, en objetos de consumo, en presas
que danzan el ritmo que a lo largo de los siglos impuso que el valor de una mujer se mide en ser
mas o menos deseada.
Pero esto también va de la mano del descontrol sobre el funcionamiento de estos lugares. No
es una leyenda urbana que en nuestra ciudad de Salta existe corrupción en los controles que se
realizan en locales nocturnos. Coimas naturalizadas, miradas veladas sobre carencias de seguridad,
permisividad en la permanencia de menores de edad que consumen alcohol son parte de relatos
que son diarias y que engrosan aún más los riesgos no solo para mujeres sino para tod@s.
Cromañon es un recuerdo de lo que sucede cundo los mecanismos de control para la seguridad
integral no se cumplen como debería ser.
El proyecto que circuló en los medios de comunicación locales al respecto de equiparar el precio
de entradas a los locales de esparcimiento tanto para varones como para mujeres, si bien es
una iniciativa interesante en el sentido de avanzar en la búsqueda de una equidad de género
en el acceso a servicios, sin colocar al cuerpo de las mujeres como objetos de intercambio o de
seducción que garantice una buena venta de alcohol, no basta. Y no basta porque desconoce esa
maraña de corrupción que sostiene la inseguridad enquistada en estos sitios. Es fundamental que
la seguridad, entendida como un compromiso en hacer bien las cosas que se deben hacer, vaya de
la mano con la equidad. Y esa equidad no se traduce ne el precio de una entrada sino en el trato
respetuosos de las personas, en la tranquilidad de divertirse sin temer una violación o un vejamen,
y en la certeza de que si se necesita ayuda nade mirará para otro lado.
Desde siempre las mujeres pagaron más caro el salir de sus casas a divertirse, mucho más caro
que los hombres. Y no en términos económicos que se traducen en el precio diferencial de una
entrada. Están expuestas a la violencia, a ser presas de los abusos, a los prejuicios. Que una mujer
salga de su casa, debe estar dispuesta a no solo a ser deseable sino a ser tomada por quien la
desea, en los términos que este quiera. Por eso siempre las mujeres han pagado más caro el salir
a divertirse. Es así que no se trata de un cambio de tarifas sino de un cambio cultural sobre el
género y los derechos de cada uno/a.
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